Vadearon nuestro río de agua mansa
en plétora de tal sombra y atardecer,
que hasta el ángelus al ocaso nos alcanza
con su lanza de oro viejo y lividez.
Removieron las entrañas de mi mente
como espino en tierra inerte en su nacer.
Y allí moraron, sin tú saberlo,
acuciando mi alma hueca a fenecer.
Despojaron mi esperanza en tu mirada,
su premura hacia mí no había de ser.
Desdichada fue la hora en que, partida,
mi espada roma no fue presta a acometer.
Parten lejos, hacia el sol de la mañana,
en rumbo ciego y un tesoro que atender:
tus recuerdos y tu esencia, que son suyos,
versos puros que nunca pude poseer.